El maestro y su discípulo caminaban en silencio por un bosque de bambú. El cielo gris anunciaba una tormenta, y pronto el viento comenzó a rugir entre los árboles. Las ramas de los robles se sacudían con violencia, algunas se partían y caían al suelo con estrépito. Pero el bambú, en cambio, se inclinaba con la brisa, cediendo sin quebrarse.
El discípulo, preocupado, dijo:
-Maestro, en mi vida he tratado de ser fuerte como un roble, pero cada vez que enfrento problemas, siento que me quiebro por dentro. ¿Cómo puedo resistir mejor?-
El maestro sonrió y señaló el bambú:
-Mira con atención. Los árboles más duros son los primeros en caer cuando llega la tormenta, porque resisten hasta que su rigidez los destruye. En cambio, el bambú no lucha contra el viento; se inclina, pero nunca pierde su raíz. Su fortaleza está en su flexibilidad.-
El discípulo frunció el ceño y preguntó:
-¿Quieres decir que debo rendirme ante los problemas?-
El maestro tomó una rama seca y la dobló con fuerza hasta que se partió. Luego, con un simple gesto, dobló un tallo de bambú hasta el suelo y lo soltó: el bambú volvió a erguirse sin daño.
-No rendirse,- dijo el maestro, -sino aprender a ceder cuando es necesario. Si te aferras con rigidez a tus ideas, a tus expectativas o a tu orgullo, te romperás como esa rama seca. Pero si aprendes a adaptarte, como el bambú, siempre encontrarás la manera de seguir adelante.-
En ese momento, la tormenta cesó. El discípulo miró a su alrededor: los árboles duros estaban quebrados, mientras que el bambú seguía en pie, sereno.
Y comprendió.
Así como el bambú sobrevive porque sabe cuándo ceder y cuándo volver a erguirse, nosotros también debemos aprender a fluir con los cambios en lugar de resistirlos con rigidez. La vida nos presenta desafíos inesperados: pérdidas, fracasos, desilusiones. Si nos aferramos al control absoluto y nos negamos a adaptarnos, el sufrimiento se intensifica. El bambú nos enseña que: -No se trata de ser inquebrantable, sino de ser adaptable. -No es debilidad ceder; es sabiduría. -Quien aprende a doblarse ante la tormenta, siempre vuelve a ponerse de pie. Al igual que el bambú, podemos encontrar la verdadera fortaleza en nuestra capacidad de fluir con la vida en lugar de resistirla.
